Estos días vivimos con intensidad el revuelo generado ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía Sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de internet. Este hecho ha provocado la redacción de un manifiesto que recoge la esencia de una protesta que se ha extendido a través de la red y que, de alguna manera, nos interpela.
Se me antoja necesario hacer una serie de consideraciones, de carácter general primero y en relación a la cultura audiovisual después:
No soy abogado ni pretendo serlo. Aunque conozco y he leído a David Bravo y Javier de la Cueva.
El manifiesto es eso: un manifiesto. Es obvio que es puntual, parcial y mejorable. Pero ha cumplido el efecto pretendido: ha generado ruido, ha movilizado a la sociedad civil en un asunto de carácter político y ha obligado a los gobernantes a dudar. En la distinción sobre lo urgente y lo importante, era urgente escribir un manifiesto como oposición a lo que dictaba la Ley de Economía Sostenible. Y lo importante... que cada cual decida qué lo es: para mí es la defensa de la cultura libre y compartida, fomentar en la red la inteligencia colectiva y buscar soluciones creativas en un contexto conflictivo como es el de la propiedad intelectual y la cultura digital. Por eso es importante movilizarse y tomar posiciones.
Internet no debería ser considerado un sector. El acceso a internet debería ser considerado como un derecho básico del ciudadano (tal y como sucede en Finlandia por ejemplo... ¿sucederá finalmente aquí?). Internet ha permitido que la cultura se redistribuya, que tengamos acceso a imágenes, historias y conocimiento que hace 25 años hubiera sido impensable.
El acceso por banda ancha en España a internet nos cuesta dinero a la mayoría (y encima no está generalizado). Estoy cansado de escuchar a comentaristas y tertulianos en medios generalistas que argumentan que «los internautas defienden el todo-gratis». Es reduccionista. Y es falso. Porque, ¿quiénes de vosotros no pagáis a una teleoperadora por vuestra conexión?
Igual que Beuys nos consideró a todos artistas, igual que Mario Kaplún, Paulo Freire o muchos otros defienden que el que comunica está educando(se) y el que educa está comunicando(se), igual que nadie puede ser ajeno a la política puesto que polis viene del griego y significa «ciudad» y todos habitamos ciudades, ya sean analógicas o virtuales, y todos tenemos derechos y deberes relacionados con nuestra convivencia... ¿por qué si aceptamos que internet ha generado el concepto de prosumidor (productor y consumidor simultáneo) no dejamos de considerar que «autores» son sólo algunos? Todas las personas generamos autorías constantemente. Todo el que decide recomendarnos una película, el que nos cuenta un libro, el que nos tararea una canción... es autor. Porque la cultura, como dijo Roland Barthes, es un palimpsesto infinito. Y no asumir que todos compartimos un espacio común que no le pertenece a nadie y nos pertenece a todos al mismo tiempo, es negar la evolución de la historia de la cultura. ¡Pero si hasta la Biblia es un conjunto de microhistorias orales y escritas remezcladas unas con otras!
La industria cultural no es la cultura. Es la comercialización de la cultura. Es una parte de la cultura. La cultura es algo mucho más complejo, amplio e inasible.
Pensemos por un segundo en qué significa «embeber» (integrar, incrustar, etc.) un vídeo alojado en una web como Youtube en uno de nuestros blogs. Si sentásemos un programador informático y a un abogado especialista en internet, probablemente obtendríamos una interesante conversación sobre el concepto de «propiedad» en cuanto a ese vídeo. Pero en lo que a mí respecta, de nuevo me pregunto ¿qué es lo importante? Lo importante es que cualquier ciudadano tiene la posibilidad de convertirse en un facilitador de conocimiento. Que cualquier ciudadano tiene la posibilidad de integrar un vídeo en su publicación y convertirse en un micromedio y generar un espacio educomunicativo. Que cualquier ciudadano/prosumidor está participando de una conversación en la que se intercambian conocimientos y saberes.
Y hablando de industrias... ¿pagan los programas de televisiones que utilizan vídeos de internet? ¿pagan los programas de zapping por emitir vídeos de internet poniendo como fuente "Youtube" y no el autor que subió el vídeo? ¿paga "Sé lo que hicisteis" cada vez que remezcla un vídeo que ha cogido de internet? Ya está bien de apretar las tuercas en primer término a los usuarios, son el eslabón más débil y el que siempre acaba pagando los platos rotos del eslabón más fuerte. Antes aprieten las tuercas de las corporaciones de la industria cultural y el entretenimiento. Antes aprieten las tuercas a quienes prestan el servicio de conexión a internet.
¿Queréis ejemplos de alternativas industriales? Voy a dar 4:
1. Hamaca. Hamaca es la única distribuidora de videoarte que conozco que: (1) ofrece gran parte de su catálogo por internet (es decir, puedes visionar al completo muchos de sus vídeos a través de la web) y (2) está fomentando por parte de los autores el uso de licencias Creative Commons. ¿Lesiona esto los derechos de propiedad intelectual de los autores que firman con ellos? No. ¿Por qué? Porque el acceso al conocimiento no es incompatible con hacer negocio con determinados contextos de dicho acceso. Por ejemplo, un museo puede comprar un vídeo para exhibirlo, una universidad también, un festival que quiera proyectarlo públicamente... Y habrá autores que piensen: «¿pero es que si pongo mi vídeo en internet puede descargarlo cualquiera y proyectarlo sin mi permiso y bla, bla, bla...» De nuevo, NO. ¿Por qué? Porque la copia subida por Hamaca es de una calidad notablemente inferior a las copias que poseen para su distribución comercial. Porque no podemos comparar la experiencia estética de ver un vídeo por internet que asistir a una proyección en una pantalla de 8 metros de ancho, con un sonido Dolby Sorround, una butacada cómoda y ninguna otra distracción. Son dos «negocios» diferentes.
2. "El cosmonauta". Hace poco un director de cine residente en Sevilla y de los que ha asistido a galas de los Goya me contó una anécdota: tuvo que recortar, por cuestiones comerciales, su película 40 minutos. La promoción no fue como esperaban y no fueron seleccionados en San Sebastián. Todo su plan de comunicación daba por hecho que sí estarían. Se encontraba en un apuro y le recomendé: «¿Por qué no coges los 40 minutos sobrantes y subís a internet clips de vídeo cortos para que se distribuyan y sirvan como promoción?». «No puedo hacerlo», me contestó. Básicamente porque los derechos de distribución de la película no pertenecen al autor de la misma. Paradójico, ¿no? Esa es la lógica que rompe "El cosmonauta". Lejos de algunas posturas quejicas y poco creativas, "El cosmonauta" plantea un modelo de financiación con varias fuentes, entre ellas el crowdfounding. Además tienen clara la importancia de la comunidad, licenciarán su película con Creative Commons y permitirán su remezcla.
3. "Microfísica". "Microfísica" es un cortometraje de una de las personas que integran el equipo editorial de EMBED, Joan Carles Martorell. En un esclarecedor artículo explicaba hace unos meses su fórmula: la lógica exclusivista de los festivales te obliga, para poder competir, a licenciar tu obra con copyright. Ahora bien, ¿no hay soluciones más allá de eso? Claro que sí. Joan Carles ofrece en su web los brutos del corto con licencia Creative Commons. Es incluso más inteligente: la obra final es intocable (como muchas otras) pero sí puedes bajarte las secuencias enteras para retocar los planos a tu gusto, para sonorizarlo con la música que te de la gana y encima puedes luego comercializar tu propia obra si la compartes bajo las mismas condiciones.
4. Remuneración por derechos de exhibición en Festivales. Hay muchísimos festivales en los que tienes que pagar por participar en la competición. Igualmente hay muchos festivales que remuneran a los ganadores con cantidades como 1.500 o 3.000 euros, pero no pagan nada al resto de los seleccionados cuyas obras además son proyectadas. Esto es absurdo. Desde hace unos años, e imitando la política de OVNI, en el Festival Internacional ZEMOS98 decidimos que no habría ganadores como tal y que si seleccionábamos 20 obras para su proyección en la Sección Oficial, todas recibirían 150 euros en concepto de derechos de exhibición. ¿Y qué es lo importante? Lo importante es que los autores cobraban por su trabajo, que nosotros como Festival redistribuimos el dinero de uno o dos premios en 20 micropremios y sobre todo: hacemos con dinero público una proyección gratuita para todos los asistentes. Es decir, damos libre acceso a ese conocimiento sin vulnerar los derechos de autor... ¿os suena de algo?
Así pues, no neguemos el cambio. La cultura audiovisual libre no es incompatible con nuevas fórmulas de remuneración o de legislación.
La imagen que ilustra el artículo es de Eneko y ha sido creada a raíz de todo este asunto.