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Tags Cine, Documentales, Experimental, Interactividad, Low cost, Transmedia, WebTV
La tecnología cambia nuestra relación con las imágenes: tanto el modo en que las vemos como la manera en que las producimos. Cuando del vídeo se trata, la web y los móviles nos empiezan a dar poder sobre la línea temporal que sostiene esas imágenes, de modo que nos permite intervenir en el «tiempo fílmico» y crear nuevas gramáticas que van mucho más allá de los formatos tradicionales pensados para meternos a ver una película en una sala. Como hizo en su día el videoclip musical, pero ahora de forma no lineal, en diferentes pantallas y controlando el tiempo con nuestra propia mano.
Con estas gramáticas hay autores que llevan tiempo experimentando, como Jonathan Harris, con trabajos ambiciosos en su concepto y ejecución, pero también se está abriendo todo un nuevo campo para microformatos de vídeo que permiten jugar con la línea de tiempo y condensar la vida cotidiana, más o menos puesta en escena, gracias a aplicaciones para móviles como Vine.
Jonathan Harris acaba de estrenar su nuevo proyecto, titulado "I Love Your Work", en el que ofrece durante 24 horas un visionado de la vida de 9 mujeres de la industria del porno lésbico en internet, a las que el autor sigue durante otras 24 horas cada una, en días consecutivos. Este visionado se fragmenta en secuencias de 10 segundos grabadas en intervalos de 5 minutos, y se nos presenta como una base de datos de 2.202 clips de vídeo por los que podemos navegar si queremos, o verlas de forma lineal, en una experiencia que supone en total unas 6 horas de vídeo.
Aquí se puede ver un teaser, que podría ser el de un documental convencional.
Pero no. Va mucho más allá.
El concepto y la interfaz son muy similares a su anterior proyecto "The Whale Hunt" (2007), en el que Harris también se pasaba nueve días conviviendo con una familia de esquimales en Alaska retratando la tradición milenaria de la caza de ballenas. Entonces lo hacía con fotografías, usando igualmente un intervalo de 5 minutos ente ellas. El resultado era un álbum de más de tres mil imágenes que se iban mostrando de forma automática, contando la historia cronológicamente, pero por las que también se podía navegar e irlas filtrando, eligiendo qué subtrama queríamos explorar en cada momento.
Como un Flaherty del siglo XXI, en estos dos proyectos Jonathan Harris hace cine etnográfico de observación y seguimiento, pero adaptado a la nueva pantalla a través del que la espectadora lo ve, que es la de su ordenador, en la que tiene el ratón muy (¿demasiado?) a mano.
Muchos autores de cine de vanguardia contemporáneo nos tendrían varios minutos con la mirada fijada en cada plano, haciendo que el tiempo cumpla su misión de meternos en su mirada y en el momento de vida que se nos está representando, pensado para la gran pantalla. Harris es consciente de que no puede hacer eso, su herramienta es diferente. Quiere dejarnos libertad, la suficiente para que no nos agobiemos y no vayamos a buscar cualquier otra cosa en las 15 pestañas que podamos tener abiertas en el navegador. Al mismo tiempo quiere imponernos sus propias reglas, que son nuevas con respecto al cine tradicional, pero que juegan también con su esencia: el tiempo. Y además están sujetas a una «dictadura» del nuevo medio: la lógica de la base de datos. Todas las unidades de narración (secuencias) deben tener la misma forma temporal dentro de una estructura superior: todas duran 10 segundos y entre todas ellas hay un intervalo exacto de 5 minutos.
Esto hace que las imágenes generadas en estos fragmentos de grabación sean en cierto modo aleatorias, pero no arbitrarias. Harris nos propone una manera de ver con un nuevo ojo que es esta fragmentación temporal: un cine-ojo subyugado a la máquina, que nos ofrece una mirada que de otra forma no podríamos alcanzar, y que recuerda todo el tiempo a lo que planteaba Dziga Vertov en los años 20:
«Soy un ojo. Un ojo mecánico. (...) Yo soy la máquina que os muestra el mundo como sólo ella puede verlo. (...) Liberado del imperativo de las 16-17 imágenes por segundo, liberado de los marcos del tiempo y del espacio, yuxtapongo todos los puntos del universo allí donde los haya fijado. (...) El cine dramático es el opio del pueblo. Abajo los reyes y reinas inmortales de la pantalla. Vivan los mortales filmados en la vida cotidiana durante sus ocupaciones habituales. Abajo los guiones-historia de la burguesía. ¡Viva la vida en sí misma!»
Esto de filmar lo cotidiano, a la gente trabajando o en la intimidad de sus casas es exactamente lo que hace Jonathan Harris en su obra, pero no es algo que se ciña sólo a una mirada «de autor». A estas alturas del siglo XXI ya lo hacemos, y en masa, los propios sujetos de la película. Documentamos nuestro día a día de forma visual a través de las redes sociales y de aplicaciones como Instagram (que sirve para compartir fotos del día a día y en la que, en serio, los filtros son lo de menos) o Vine, que parece ya consolidarse como el tan ansiado «Instagram para vídeo». Por cierto, ¿por qué había tanto interés en crear un Instagram para vídeo? Amén de la enésima remediación necesaria, y de cierta hegemonía del vídeo como arte total frente a otras que necesitan menos sentidos (y por tanto menos esfuerzo tecnológico), el reto estaba de nuevo en cómo introducir la variable tiempo en la captura de la instantaneidad de la vida cotidiana. Que es algo que hasta ahora sólo nos ofrecía la fotografía: el vídeo en general estaba pensado para desarrollos temporales más amplios. De hecho, las primeras aplicaciones para compartir vídeo en el móvil, como Viddy o Magisto, no tenían apenas límite temporal y, de momento, no han tenido un gran recorrido.
Ha tenido que ser Twitter, la herramienta que hizo de la limitación a la brevedad textual su tremendo e inesperado éxito, la que tuvo claro cómo abordar esto del vídeo instantáneo: poniendo limitación temporal a los vídeos. Pero ojo, que su gran hallazgo no es que los vídeos puedan durar como máximo 6 segundos. Es que esos 6 segundos podemos estirarlos como queramos, gracias a que la grabación se puede pausar, dejando que el tiempo real corra y reanudándola en otro tiempo y espacio diferentes, de modo que el montaje se haga de forma automática y los dos planos queden pegados de paso que los grabamos. Esto permite llevar a Vine el gran hallazgo del cine que fue el montaje: someter distintos planos (tiempos y espacios) a una sola línea temporal que los une y les da sentido. En esta aplicación la línea de tiempo la manejamos con nuestro pulgar: pulsando graba y soltando deja de grabar. Y el tiempo real corre mientras planificamos o ejecutamos nuestro siguiente plano, que compondrá la película de 6 segundos.
Además, el resultado final de esa línea de tiempo es muy poco lineal, en el sentido de que no tiene principio ni fin. Se genera un bucle infinito que hace que la secuencia de 6 segundos deje de serlo y se convierta en otra cosa: en una espiral en la que por mucho que nos hayamos currado de forma tan breve un principio, nudo y desenlace éstos ya pierden en parte su sentido, pues tras el desenlace vuelve la presentación. Por lo tanto las piezas que mejor funcionan son las que lo hacen más por yuxtaposición de los elementos que por coordinación, sintácticamente hablando. O bien por repetición, operando así como los GIFs animados, que también juegan a descontextualizar las imágenes preexistentes en vídeo y llevarlas al absurdo. En Vine hacemos lo mismo, pero básicamente con la realidad de la vida. Poca broma.
De todas formas no sólo la realidad es lo que nutre Vine sino que también hay ejercicios de puesta en escena que se parecen más a la ficción, llevando técnicas de elipsis primitivas como el stop-motion o el time-lapse a su máxima potencia y eficacia. Estos experimentos más ficcionados son los que está primando la industria para empezar a darle legitimidad a la nueva narrativa: el Tribeca Film Festival convocó en su pasada edición un concurso de cortometrajes hechos con Vine, llamado "#6SECFILMS", inspirado en otros microformatos ya populares en Youtube como "5 Second Films". Los vídeos ganadores se dieron a conocer el pasado 26 de abril y son espectaculares desde el punto de vista técnico, si bien no todos exploran la elipsis como técnica narrativa más allá de ponerla al servicio de la animación, cosa que ya hacía también Vertov:
«Todo radica en esta o aquella yuxtaposición de situaciones visuales, todo radica en los intervalos. (...) El ojo mecánico, la cámara, que rehusa la utilización del ojo humano como pensador estúpido, busca a tientas en el interior del caos de los acontecimientos visuales, dejándose atraer o rechazar por los movimientos, el camino de su movimiento propio o de su propia oscilación, y efectúa experiencias de alargamiento del tiempo, de desmembración del movimiento o, por el contrario, de absorción del tiempo en sí mismo, de engullimiento de los años, esquematizando de esta forma procesos de larga duración, inaccesibles para el ojo normal...»
"There Is No Sunny-Side to This Story" @KevyPizza, pieza ganadora en la categoría Auteur:
"LazerAndDonald Close Shave" de @Matt Swinsky, ganador en la categoría Genre:
En esa misma línea, el Tumblr "The Joy of Six" ofrece una buena muestra de las mejores piezas hechas en Vine, con especial atención a aquéllas que consiguen animar lo inanimado en sólo 6 segundos. Pero más allá de la animación y de la brevedad, ¿tiene Vine su propio lenguaje? Se está desarrollando y seguramente no sean los famosos que tanto gustan en Tribeca los que hagan la revolución. O sí. En España ya tenemos al menos un rey del Vine y curiosamente es una joven celebrity de la televisión: Eduardo Casanova, conocido por su papel de Fidel en la serie "Aída", se revela cada día en Vine como un maestro de la puesta en escena con un gusto por el exceso y hasta el gore que lo sitúan como un buen heredero de John Waters o Almodóvar. Aunque lo ideal es seguirlo en Vine, sus creaciones se pueden ver todas en la web.
Homenaje punk a "La semilla del diablo":
"Doble cuerpo":
"21 en bucle":
Con más o mayor elaboración, puesta en escena, naturalismo o creatividad, uno de los valores de Vine sigue siendo su fuerza para documentar el presente, incluso en tiempo real. Para eso ya se han creado aplicaciones como Vinepeek, que recoge el stream de Vine en el momento en que entramos en la web y lo muestra tal cual, sin filtrar. Y nos avisan de que se puede colar cualquier cosa, también porno, claro. Como en Chatroulette, la aplicación que en 2009 nos permitía observar o charlar con cualquier extraño por webcam en tiempo real, lo cual creaba una rara sensación de proximidad, aleatoriedad y morbo semejante a la que hemos visto en otros trabajos de Jonathan Harris, como "Lovelines" o "We Feel Fine". En ellos un algoritmo rastreaba los sentimientos más íntimos que la gente dejaba en internet y los devolvía a través de una interfaz que permitía tanto verlos en tiempo real como navegar por ellos filtrando la base de datos y buceando en sus archivos.
Cualquiera de los trozos de vida que vemos en estas aplicaciones son historias, pero no necesariamente narraciones en el sentido clásico-aristotélico. Se acercan más al cinema verité y al cine-ojo que combatía «los guiones-historia de la burguesía». Permiten tanto jugar con el tiempo convencional y subvertirlo como también dejarlo tal cual, observar sin ser visto, ser la mosca en la pared. Y eso, pantalla mediante, lo puedes hacer en tu casa mejor que en el cine. Si puedes elegir el cuándo, el dónde y el cómo miras se abren muchas posibilidades. Casi todas ellas las ha aprovechado el mundo del cine pornográfico, que nunca ha tenido tantos problemas como el otro a la hora de reconvertirse al formato y a la duración que su público pedía, o sus autores necesitaban, sin tantos miramientos formales ni narrativos. Ni en ser de los primeros en ocupar los nuevos espacios de comunicación que abría la tecnología, como los mencionados Chatroulette (que ya no se usa mucho más allá del porno, junto a derivados como Pornroulette o Hotroulette), o Vine, que a los pocos días de su lanzamiento, viendo que el sexo comenzaba a hacer presencia, se apresuró a eliminar la etiqueta #porn de sus posibles hashtags. Eso no ha impedido que muchas cuentas lo sigan haciendo, con el aviso de que se trata de contenido erótico, como por ejemplo Suicide Girls, volviendo a la cuestión del porno femenino.
"Good Night (NSFW)":
Si podemos asociar el porno a la brevedad no es tanto por una cuestión de formato como de los límites que impone su modelo de negocio. Eso nos lleva al último juego con el tiempo que hace Jonathan Harris en "I Love Your Work". Limitar su acceso y cobrar por él, como se hace a menudo en la industria pornográfica, y en la del sexo en general. Un pase de 24 horas para ver el documental cuesta diez dólares, y sólo pueden hacerlo diez personas cada día, como si no cupiese más público en la web. Como si estuviéramos en un peep-show, tenemos que esperar nuestro turno. Tiempo de disfrute a cambio de dinero. Cobrar por horas. Desde el punto de vista de modelo de negocio digital esto no es nuevo (lo hacen Netflix o Filmin, y desde luego el porno), pero sí es atrevido y estimulante restringir el número de usuarios en una época donde casi todo el mundo busca el impacto masivo aunque sea efímero. Esto no quiere decir que el de "I Love Your Work" sea el gran modelo a seguir ni que valga para todos: de momento es un experimento y además una propuesta que acompaña a la perfección a esta obra en concreto. Todo el proceso de pagar, elegir un día disponible en el calendario, esperar a que llegue y reservar buena parte de ese día para disfrutar del contenido es parte de la experiencia de usuario. E incluir el pago por internet como experiencia para un documental sobre una industria que se dedica a los contenidos de pago por internet es una forma soberbia de darle coherencia y performatividad, una de las claves del documental interactivo, y además generar ingresos para hacerlo sostenible.
Por esa capacidad de hacer que el usuario o usuaria pague por el acceso y por otras muchas cosas hoy la pornografía es el sector más potente de internet, aunque no guste hablar de ello, y los límites son muy pocos. Pocas cosas del sexo que vemos en la web nos pueden sorprender a estas alturas, por eso el morbo está en otro lado, y es el que nos enseña Harris, el más difícil de ver: ¿qué pasa el resto de las horas en las que una actriz porno no está trabajando? O, cuando lo hace, ¿qué pasa detrás de las cámaras? Exhibir la parte no exhibicionista de la vida es lo que ahora reclamamos, en un mundo en el que la mayoría de gente elige qué es lo que quiere enseñar. Y quizá es eso lo que une el voyeurismo con el cine-ojo.
«Abajo la puesta en escena de la vida cotidiana: filmadnos de improvisto tal y como somos. El guión es una fábula inventada sobre nosotros por un hombre de letras. Vivamos nuestra vida sin someternos a las invenciones de cualquier persona. En la vida, todos nos dedicamos a nuestros asuntos sin impedir trabajar a los demás. El asunto de los kinoks es filmarnos sin impedirnos trabajar. ¡Viva el cine-ojo de la revolución proletaria!»
La materia prima del documental es el tiempo. Y la vida es lo que pasa mientras tenemos levantado el pulgar en el Vine. O los 4:50 minutos que hay entre toma y toma de Jonathan Harris. En un mundo en el que cada vez nos empeñamos más en grabarlo todo y en vigilarnos unos a otros las 24 horas del día, el cómo capturamos y delimitamos el tiempo vivido cada vez cobra más importancia cuando queremos hacer algo parecido al cine, con la libertad que planteaban los kinoks hace 90 años. Y será lo que defina, como hasta ahora, las nuevas formas de representar el mundo.
De hecho, desafiar al cronos es lo que ha hecho siempre el audiovisual, y es lo que la tecnología nos está proponiendo cada vez que alguien decide integrar una timeline en una aplicación web o móvil, invitándonos a jugar con ella ya sea para contar historias o para verlas de forma diferente. Desde el momento en que Youtube y otros reproductores nos han puesto tan a mano el cursor sobre la línea de tiempo cada vez respetamos menos la duración original de las obras, nos impacientamos y queremos llegar al final. O a donde se intuye la carne por las capturas preview que se nos ofrecen bajo el vídeo. Al fin y al cabo para eso (lo sabe Harris, lo saben Vine y Chatroulette... tú y yo también lo sabemos), para eso sirve internet.
La imagen que ilustra este artículo forma parte del proyecto "I Love Your Work" y las citas son extractos del manifiesto del cine-ojo de Vertov (1923).