La ciudad que existe menos
No hay nada de cierto en cuanto se dice de Aglaura, y, sin embargo, de ello surge una imagen sólida y compacta de ciudad, mientras alcanzan menor consistencia los juicios dispersos que se pueden enunciar viviendo en ella. El resultado es éste: la ciudad que dicen tiene mucho de lo que se necesita para existir, mientras la ciudad que existe en su lugar existe menos.
La ciudad y el nombre, 1. Las ciudades invisibles de Italo Calvino
Las ciudades que habitamos hoy tienen algo de Aglaura. A la sombra del foco que proyectan las guías, los anuncios y los congresos turísticos hay una realidad que existe menos para sus habitantes. Un gazpacho de símbolos que oculta las condiciones materiales de las personas que viven en ellas. Y este habitante no sólo existe menos, sino que también es invitado con insistencia a asumir el rol de figurante en esta tragicomedia que es la ciudad y que se representa para el espectador: el turista.
Hace unos días aparecía en los telediarios locales que la Real Fábrica de Tabacos, actualmente rectorado de la Universidad de Sevilla, era el último espacio monumental asediado por turistas. Estos incluso entraban en las aulas durante las clases y no se iban antes de fotografiar al alumnado, al que imaginamos le pedían que sonrieran para la foto. A ver, échate un poco para la izquierda que no se ve bien el fondo. Vale, no, gírate un poco más. Espera que voy a hacer otra para el Instagram. Sales a contraluz, ¿podrías darte la vuelta y poner una cara menos rara? Gracias.
Durante 2018, la industria del turismo gestionó 82,6 millones de turistas en España, superando el récord del año anterior. A la sombra de las celebraciones del Ministerio de Turismo y las empresas a las que rinde servicio se proyecta la realidad incierta de una nueva crisis económica, la precariedad laboral de los trabajadores del sector servicios, el auge de los pisos vacacionales y su impacto en el mercado de la vivienda, el despunte de nuevos destinos turísticos más económicos como Túnez, Egipto o Turquía, o el quiebre de la empresa Thomas Cook, que cerró de un día para otro 500 hoteles en España. Ignorar los síntomas que indican la fragilidad de esta industria no hará que desaparezcan, más bien acentuará la desigualdad y la precariedad de las condiciones en las que los habitantes viven sus ciudades.
Existen tres roles a interpretar para el habitante de las ciudades de hoy: consumidor, figurante o residuo. Las culturas diversas de la ciudad y el patrimonio se aíslan de su contexto y se empaquetan en actividades turísticas vaciadas de sentido y de historia, la vida cotidiana museificada, los espacios públicos se hacen inhabitables entre patinetes eléctricos mal aparcados y marquesinas que anuncian la nueva Triple Cheese Burger con salsa gentrificadora. O consumes o eres un actor para el consumista. Lo que no pertenece a este relato de la ciudad se niega como posibilidad, se expulsa a los márgenes y se reprime. Un residuo a extinguir. Y la industria del turismo se encuentra en el centro de una paradoja irresoluble: en el proceso de ponerlos en valor como patrimonio, consume los lugares y las culturas, empujándolos a su propia extinción cuando ya no queden ni los signos para considerarlo un simulacro. A pesar de todo, las ciudades siguen ahí, al margen de toda lógica, existiendo, porque como decía Jane Jacobs: “no hay ninguna lógica que pueda ser impuesta a la ciudad; la gente la hace, y es a ella, no a los edificios, a la que hay que adaptar nuestros planes”.
Cabe preguntarse qué significa hacer la ciudad, habitar un lugar. Encontraremos aprendizajes en el pasado, pero debemos evitar la tentación de vencernos a la nostalgia de los relatos identitarios. Las ciudades han cambiado, y en sus formas de narrarlas deben caber las historias de aquellos que quedan en los márgenes, incluyendo a las que no encajan en las historias de la cultura tradicional de la ciudad. En otro fragmento de Las ciudades invisibles se decía que existen dos tipos de ciudades: “las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados por ella.”
Traer nuestros deseos de nuevo a la luz y rechazar los que han sido impuestos implica poder identificarlos y darles forma a la lumbre de la vida en común y sus alegrías. Necesitamos reclamar el derecho a definir la ciudad frente a las visiones unificadoras de los tecnócratas, de las Blackstones del mundo y de aquellas instituciones públicas que actúan con sumisión ante esta aplastante inercia. Pero, ¿cómo recuperar el relato de la ciudad al tiempo que dejamos abierta su definición para que otros puedan incorporarse al proceso de proponer nuevos significados?
No sorprenderá mucho que nos encomendemos a Henri LeFebvre. Es cierto que el derecho a la ciudad se ha invocado como un mantra con propiedades casi mágicas para combatir cualquier proceso de desposesión en las ciudades. Y que, por otro lado, esta sobreexposición ha desembocado en conversaciones cíclicas sobre su significado, que viene a ser como tapar la fisura en el casco de un barco con un dedo. En lugar de eso, preferimos arrojarnos a las líneas de posibilidad que continúan abiertas en el texto LeFebvre cincuenta años más tarde.
Al horizonte de la ciudad que se nos presenta unificado bajo la mirada del poder organizado -que se pretende totalizador desde argumentos y técnicas que dan soluciones parciales atravesada por intereses políticos y económicos-, LeFebvre propone pensar otro principio de unidad de la ciudad atravesado por saberes y conocimientos en una dinámica de cooperación entre ellos. Y reclamar la centralidad de lo lúdico, entendido en “su acepción más amplia y en su sentido más profundo. El deporte es lúdico, el teatro también. Tampoco son desdeñables los juegos de los niños, ni de los adolescentes. Las ferias, los juegos colectivos de todo tipo persisten en los intersticios de la sociedad de consumo dirigido, en los vanos de una sociedad respetable que se pretende estructurada y sistemática, que se califica de técnica.”
Queremos recuperar el derecho a definir la ciudad a partir del juego. Un juego obstinado sobre las ruinas de sentido que nos han dejado donde alguna vez quizás existieron ciudades. Un juego que sea capaz de articularse “entre las diferentes piezas del conjunto social, que se proclame como valor supremo, importante y quizá serio, superando el uso y el cambio mediante su conjunción”. Un juego que active una imaginación a contrapelo, una imaginación que no sucumba a la tentación de la evasión sino que enfrente cara a cara nuestras condiciones de existencia. En “La ciudad es nuestra” vamos a jugar seriamente a imaginar otra forma de habitar las ciudades, de reclamar el derecho de habitarlas. Y quizás alguna chispa prenda el tejido de alguna ciudad.
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Durante los días 24, 25 y 26 de octubre celebraremos en Sevilla La ciudad es nuestra. Un encuentro con treinta participantes locales, nacionales e internacionales trabajando la ciudad en áreas relacionadas con la memoria, la identidad, el folklore y el turismo desde ámbitos artísticos, audiovisuales, periodísticos, estadísticos y académicos. La ciudad es nuestra es parte de MediActivism, un proyecto coordinado por European Cultural Foundation, y tiene el apoyo de la Universidad Internacional de Andalucía.
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