Cuando haces Popp ya no hay stop
La frontera que delimita la noción de plagio es tan amplia que sobre ella se pueden construir los astilleros del Titanic. Y después de lo que hemos visto estos días en las redes sociales, será mejor que el barco nos lleve. Hemos visto cómo, desde una base de reivindicación cuya legitimidad nos gustaría poner a prueba, se ha usado a María Cañas, videoartista y creadora del cartel, como bisagra para articular críticas contra el Festival de Cine Europeo de Sevilla y el Consistorio municipal. Esos núcleos irradiadores han ido a parar al enésimo sacrificio digital que expiará nuestras insatisfacciones hasta la semana que viene. Se puede encontrar de todo, desde el clásico cachondeo simpático que la autora ha encajado con gracia en su universo particular, hasta insultos y amenazas de esos que no te dejan pegar ojo por la noche.
¡Cita la fuente!
Los derechos morales sobre las obras no son inalienables en Estados Unidos, con algunas excepciones que se están empezando a implementar. Es decir, cuando compras una obra, no tienes la obligación legal de citar a quien la hizo. En España, sin embargo, la autoría sí que es irrenunciable. ¿Existía la obligación de mencionar al autor original de la imagen central del cartel? Cuando entra en juego más de un país, los derechos de propiedad intelectual son más difíciles de descifrar que la última temporada de Twin Peaks. En cualquier caso, que lo legal no nos despiste de lo legítimo: la remezcla, como herramienta de creación, debe construirse desde los fundamentos de un código ético. Sin él, la remezcla y la cultura libre se terminan por convertir en un mercado sin control, en una barra libre que desprecia las conexiones entre las artistas de todas las épocas y convierte el objeto cultural en un producto a consumir.
Defendemos que la remezcla opera en el germen de cualquier obra artística, que toda creación se construye sobre los rescoldos de otras anteriores, que toda pieza es derivada y derivable, que usar obras de otros sólo pone de manifiesto la copia en el origen mismo de lo artístico. Pero para poner de manifiesto una realidad irrenunciable, hay que respetar una de las reglas de oro del código ético de la remezcla: cita la autoría, comparte el rastro, muestra el código fuente, permite que otros te copien. La cita llegó tarde -debería haberse hecho en el acto de presentación-, ya envuelta en la polémica del plagio, desbordada por las redes sociales que nunca duermen.
Pero, ¿la ausencia de cita convierte la obra en un plagio? Si en la definición de plagio provista por el Tribunal Supremo cabe el Titanic es porque inevitablemente interviene la interpretación de la obra en la misma. Y cuando la capacidad de leer las imágenes -cuál es el concepto, cuál es su centro, cuáles sus periferias- se convierte en la principal herramienta para detectar un caso de plagio, el terreno se abona para el escándalo, los gestos atávicos y las interpretaciones políticamente interesadas. Nos gusta creer que las posibilidades expresivas del arte y la cultura son infinitas, y que una legislación laxa sobre los límites del plagio ha de acompañarse de una mirada desprejuiciada, sosegada y reflexiva. Pero para ser capaces de mirar de otra manera, necesitamos alfabetización mediática en los programas educativos. Y es muy poco lo que se hace.
No podemos asegurar que el cartel original de Walter Popp fuera una metáfora de la visión y de la materialidad del cine, que es lo que leemos en el cartel que María Cañas acompaña de celuloide ardiendo. Por tanto, aunque el material original quede prácticamente intacto, podemos sospechar que hay una reinterpretación del sentido, o al menos no podemos descartarlo. La obra no permanece intacta cuando la extraes de un contexto para insertarla en otro, sus significados pueden explotar, dispararse en distintas direcciones. No hemos encontrado la revista completa, por lo que no somos capaces de hacer una lectura comparada. Ante esto, sólo nos queda una exclamación: ¡dejen jugar!
Fuera del ojo del huracán
Adjudicar la realización de carteles a dedo es una práctica habitual en la ciudad de Sevilla. No se produce de otra manera. Podemos articular el debate sobre cómo se podría hacer de una manera más justa y sostenible para el tejido cultural de la ciudad de aquí en adelante, pero creemos que no procede cargar sobre María Cañas la responsabilidad de un gesto político que la trasciende. Sí nos gustaría oír propuestas concretas sobre cómo podría hacerse en adelante. ¿Abrimos un concurso público? En ese caso, el Ayuntamiento o el SEFF podrían recibir varias decenas de propuestas para finalmente quedarse con la premiada. Horas de trabajo gratuito de decenas de artistas. No parece la mejor opción.
Mientras encontramos una solución, podemos preguntarnos qué ha estado haciendo la dirección del Festival de Cine Europeo de Sevilla durante la polémica. La única respuesta que hemos encontrado, varios días después, ha sido la de José Luis Cienfuegos, director del certamen, queriendo transmitir una imagen de normalidad. ¿Normalidad? Hasta donde nos da el recuerdo, el festival de cine nunca había conseguido articular una conversación tan apasionada sobre una obra. Lo que nos parece digno de lamentar es que se haya producido de una manera tan torpe, tibia y tardía.
Estos días se han puesto sobre la mesa conceptos como apropiacionismo, remezcla, autoría colectiva o cultura libre. La ocasión merecía algo más que una cronología y un pie de página para el póster reconociendo la herencia. Era una buena oportunidad para escribir artículos que intentaran articular el debate en direcciones productivas, para programar actividades de calidad que de una vez fueran capaces de promover el debate más allá del formato proyección.
La tibieza, además, nos parece que ha dejado al descubierto a María Cañas como única responsable del asunto del cartel del festival. Pero lo cierto es que año tras año se producen carteles para el SEFF cuya conexión con la programación del festival es inexistente. Y así se instaura como normal que la organización delegue la responsabilidad del cartel completamente, sus errores y aciertos, en la autora. Además, ella misma ha reconocido que el proceso fue largo y que hubo muchas versiones previas descartadas ¿Cómo eran esas versiones y cómo fue ese proceso creativo? ¿Denota una falta de cuidado programática por parte de la organización? ¿Cuál es la narrativa, el hilo conductor, de este festival?
En fin, nos resulta simpáticamente paradójico que un festival cuya piedra angular sea el autor cinematográfico se haya visto en la obligación de justificar la autoría colectiva, pero nos apena que la ocasión no se haya aprovechado con más soltura. María Cañas trabaja en estas coordenadas desde hace 25 años. Su obra nos ha hecho reír, pensar, desbordarnos, a lo largo de todo este tiempo. Hemos coincidido en infinidad de mesas redondas precarias, en las que estaba por amor al arte, para aprender con su verborrea infinita. Su obra sigue lanzando líneas de luz sobre abismos insondables de nuestra cultura más trastornada; su obra sigue llamando a la revuelta infinita de los anormales como nosotros. María Cañas sigue siendo nuestra última folklórica.
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