Sinopsis:
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ZULO es un agujero oscuro. ZULO es un espacio mental.
En ZULO de Miguel Pueyo no hay un lugar concreto, oculto ni escondido. No hay paredes, las que hay se pueden tirar. Estén o no, no se pueden traspasar. ZULO está en la cabeza del prisionero, del personaje, del secuestrado. Está en la cabeza del espectador.
En las imágenes no hay calor. Deliberadamente. La fotografÃa es azul y frÃa, blanca y lacerante, eléctrica y dañina. No hay violencia explÃcita, nadie golpea a nadie, no hay enfrentamiento, ni tampoco vencedores ni vencidos. Pero si hay, evidente, una violencia implÃcita. El retener a alguien contra su voluntad ya es de por si violento. El desnudarlo y exponerlo, como un animal enjaulado, le somete indefectiblemente a una superioridad, la de sus carceleros. La del espectador
Desnudo, porque no tiene que tener identidad. No es gordo ni flaco, no es joven ni viejo. No pertenece a clase social ninguna, ni hay una vestimenta, una manera de comportarse o un detalle que nos permita encasillarle en algún estereotipo social. Es nadie, como podemos ser todos.
ZULO, ubicado en cualquier lugar. El preso, carente de identidad, poseedor de todas.
Y el encierro, que parece no tener fin, como no tiene principio. No presenciamos su encarcelamiento, ni asistimos a su liberación. El tiempo es un detalle esencial para la pieza, pero insignificante para su protagonista. El tiempo transcurre y el video nos enseña un secuestro, o un fragmento Ãnfimo del mismo. 20 minutos no son nada frente a 300 dÃas de secuestro.
Las escenas se suceden. Y no pasa nada. El personaje deja de ser consciente de sà mismo y de la realidad que le rodea. Y no pasa nada. Los segundos se vuelven horas. Las paredes cobran vida. Salen los créditos, todo ha concluido. De nuevo el preso.
Y no pasa nada
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