Dosis de Coetzee
“Diario de un mal año”, JM Coetzee
Lo encuentro en el capítulo “Sobre el terrorismo”, dentro de “Opiniones contundentes”.
Recuerdo que, a comienzos de 1990, publiqué un volumen de ensayos sobre la censura. Causó poca impresión. Un crítico lo rechazón por irrelevante en la nueva era que estaba amanceiendo, la era inaugurada por la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS. Dijo que, con la democracia liberal extendida por el mundo entero a la vuelta de la esquina, el estado no tendrá ningún motivo para obstaculizar nuestra libertad de escribir y hablar como queramos: y, en cualquier caso, los nuevos medios electrónicos imposibilitarán imposibilitarán la vigilancia y el control de las comunicaciones.
Pues bien, ¿qué vemos hoy, en 2005? No sólo la reaparición de anticuadas restricciones de la libertad de expresión del tipo más burdo (como atestiguan las legislaciones en Estados Unidos, Reino Unido y ahora Australia), sino también la vigilancia (realizada por misteriosas agencias) de las comunicaciones telefónica y electrónicas del mundo entero. Es déjà vu una vez más.
Los nuevos teóricos de la vigilancia dicen que no va a haber más secretos, refiriéndose a algo muy interesante: que la era en que los secretos contaban, en que los secretos podían ejercer su poder sobre las vidas de la gente (pensemos en el papel de los secretos en Dickens, en Henry James), ha terminado; nada que merezca la pena conocerse no puede ser descubierto en cuestión de segundos y sin demasiado esfuerzo; la vida privada, a efectos prácticos, cosa del pasado.