Pensamientos.

"No me gusta el sabor de la bola de helado que me ha traído, camarero", El camarero pensó en ese momento en la de niñitos pijos universitarios que tiene que aguantar al día. Cogió el postre no deseado y sin ningún tipo de pudor lo encestó, cual triplista de baloncesto, en una enorme bolsa negra de basura. Y es curioso que se llame "bolsa de basura" porque en su interior es de lo único que no había ....
Frente a la puerta del bar donde eso sucede se encuentra un señor que, de rodillas sobre un cartón de agua mineral, contempla la escena con las manos pordioseras en forma de tazón y los ojos inexpresivos, ya no por insensibilidad, sino porque el cúmulo de experiencias vividas casi le impiden reaccionar ante un hecho de ese calibre. Sin embargo, en esta ocasión, despierta en él la vena social. Y se indigna. Se indigna con el camarero. Pero también con el chico. A ambos les acusa de inconscientes, de egoístas, de no analizar las consecuencias que pueden tener sus actos. En definitiva, mentalmente les tacha de irresponsables.
En el instante en que iba a estallar de furia por lo que veía profiriendo el primer insulto que se le viniera a la cabeza, un latigazo de hambre hiere su cuerpo. La rabia se transforma ahora en tristeza: sin poder (ni querer) evitarlo llora silenciosamente.
Un hombre que esperaba el autobús a unos metros de distancia se percata de ese casi insonoro llanto y recuerda que lleva ya 3 semanas sin realizar la buena acción del día que aconseja hacer el párroco de la misa de los domingos. Después de luchar consigo mismo y autoconvencerse de que es un acto cristiano la limosna, decide darle el euro que iba a usar para pagar el autobús al indigente.
Pero cuando ya sólo faltaban dos pasos para llegar hasta él, se detiene porque huele y ve el humo proviniente de un cigarrillo. Ya no tenía las manos en forma de cuenco el hombre arrodillado frente al bar. Ahora las estaba utilizando para sostener tabaco.
"¡Dios mío! Dónde ha llegado el mundo: pidiendo dinero y fumando... Increíble", pensó el buen cristiano. Y con mayor rapidez con la que había decidido donar, se dio la vuelta para subirse al bus que acababa de llegar. Se sentía a la vez un poco triste por lo que acababa de ver, pero también feliz por haberse ahorrado un paseo enorme hasta casa. "La buena acción se puede dar por cumplida porque la intención es lo que cuenta", se decía en voz baja a sí mismo.
Ajeno a todo esto, apuraba su cigarrillo el hombre pobre pensando en que los médicos se equivocan cuando hablan del tabaco, pues fumar calma los nervios y apacigua el hambre.
Media hora después, mientras un chaval comentaba con un compañero de clase que iba a realizar un documental sobre el desperdicio de comida que se hace en los bares y un cristiano se hundía moralmente en su casa al darse cuenta de que cuando donaba algo lo hacía para sentirse mejor consigo mismo, un camarero llamaba a la policía quejándose de que en la puerta de su bar había una persona que le espantaba a los clientes por estar pidiendo.

 

Rafael Gilabert

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