¿Se
puede comer de la cibercultura?
Por David Casacuberta (www.globaldrome.org) |
La mesa está servida, hay muchas viandas a la vista, pero no siempre resultan fáciles de tomar. Los creadores y analistas del mundo de la cibercultura nos encontramos básicamente ante tres problemas de difícil resolución si queremos pasar del noble estatus de hobby al más servil y mercantilista, pero importante, de poder comer de "la cosa de la cibercultura". Los problemas son: 1) La naturaleza del medio. Como muy bien expresó John Perry Barlow, comerciar en el mundo digital es como vender vino sin botellas. Las máquinas digitales permiten copias perfectas, y la red con programas peer to peer como el difunto Napster y sus sucesores como Aimster o Morpheus hace que las copias se extiendan como una gripe y por tanto resulte muy difícil esperar sacar dinerillo como para vivir de un pieza de código, un texto electrónico o una música digital. 2) La ética por defecto de la red. En una palabra: Graaaaaaaaaaaaatiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiis! Intenta explicarle a alguien que quieres cobrar por tu música o tus textos y las carcajadas las oirán hasta las cenizas de Timothy Leary orbitando la Tierra en un satélite artificial. 3) La falta de respeto de la clientela. ¿A que os suena eso de "ese logo lo sabría hacer un niño de tres años" o "con las maquinitas de ahora cualquier imbécil puede convertirse en DJ"? Con esa falta de respeto rampante por parte de nuestros posibles clientes, no es de extrañar que esperen que hagas las cosas de gratix. Después de todo -así piensan ellos- es tan facilón eso de hacer música, diseño o arte con un ordenador que es una patochada pretender ganar algo con ello. Así pues, la mayor parte de los expertos en el tema han decidido que no se puede comer de la cibercultura, que hay que convertirlo en un hobby y vivir de otra cosa. Una parte importante de los expertos, que normalmente se consideran de lo más progresista del mundo mundial, creen que esa es la vía correcta: regalar contenido. Intentar vivir de crear cultura es una inmoralidad. O estás con Microsoft y las discográficas o estás con Napster, el público, y el software libre. Desde luego, si tengo que escoger, me quedo con Napster, el público y el software libre, pero me parece un error plantear la disyuntiva de forma tan maniquea. En su libro Código y otras leyes del ciberespacio, Lawrence Lessig argumenta como el derecho a la propiedad intelectual no es el derecho, como creen las discográficas, a exprimir el limón hasta que ya no quede nada y a meter a la cárcel a los que quieran conseguir algunas gotitas, sino a garantizar el derecho a la cultura. El argumento es simple: sin propiedad intelectual no habría incentivo para la producción cultural, con lo que los ciudadanos de a pie no podríamos disfrutar de música, cine, libros y todas esas cosas que hacen la vida realmente interesante. Por eso es necesario la propiedad intelectual, porque fundamenta un derecho que sí es básico: el derecho al libre acceso a la cultura. De hecho, la Declaración Universal de los Derechos Humanos define el derecho a la propiedad intelectual de una forma similar. Así pues, defender el derecho a la propiedad intelectual, si se hace bien -no como contemplan los monstruos del software, la música y la comunicación el tema- no es incompatible con nuestro derecho a ilustrarnos, a enriquecernos con la cultura. Es la garantía de que no vamos a perder ese derecho básico a la cultura. Y es que lo gratis puede ser peligroso. Así lo han puesto de manifiesto Ignacio Ramonet (Le Monde Diplomatique) y Naomi Klein (No Logo), dos personajes nada sospechosos de trabajar a sueldo de multinacionales discográficas. Ramonet, en una interesante entrevista en la revista ETC argumentaba que los actualmente tan populares diarios gratuitos son muy peligrosos para la democracia: es una prensa que ya no investiga, simplemente se nutre de noticias de agencia, e impide el desarrollo de buenos reportajes de investigación que vayan más allá de lo evidente. Naomi Klein, cuando da sus conferencias, una de las primeras cosas que anuncia es que ha cobrado por ella y lo seguirá haciendo. Su argumento es muy simple, si tuviera que darlas gratis -como los talibanes anti propiedad intelectual exigen- tendría que vivir de otra cosa, con lo que no tendría tiempo de dedicarse a investigar en profundidad el mundo de las marcas. Dos caras para un mismo argumento, que apunta al concepto de propiedad intelectual de Lessig: ¿Quieres cultura de calidad? Pues hay que pagar por ella, hermano. La obsesión por lo gratis también es causa, al menos parcial, de la falta de respeto que se tiene a los creadores digitales. Si hay tiparracos -muchas veces malísimos- que se mueren de ganas por ofrecer sus risibles creaciones gratix, ¿por qué va una empresa, un museo o una sala de conciertos a pagar por ello? Ciertamente, hay gente que ofrece sus productos gratuitamente, porque su sistema de vida se lo permite, y son excelentes. No sé si son excepción, pero la verdad es que no son la regla. El que no me crea, que se deje caer por una universidad cualesquiera y pille un fanzine literario de esos gratuitos. Después de leer la quinta poesía infumable seguro que me dará la razón. Finalmente, la gratuidad hace que creadores horripilantes del mundo mundial inunden el espacio conceptual de la red de material básicamente deleznable que impide que podamos acceder a las joyas -también gratuitas- que sin duda existen en la red. En su divertido libro de reseñas falsas Vacío perfecto, Stanislav Lem hablaba de Pericalipsis, un supuesto ensayo en el que se defendía que la creación literaria estuviera penada. Según el autor de este imaginario libro, la persona que publicara su primera novela tendría que pagar una fuerte multa. Si reincidía, tendría que acabar directamente en la prisión, y de ahí las penas no harían sino subir. Con este método, argumentaba el autor, la gente que escribe únicamente para conseguir fama o renombre, o que están excesivamente pagados de sí mismos, y que no producen más que basura, dejarán de escribir y sólo los que realmente tienen cosas importantes que decir escribirán y publicarán. Lem escribió el texto bastante antes de Internet, pero a veces uno no puede evitar pensar que sería una solución divertida. Bueno, pues hasta ahí el problema. ¿Cuáles son las soluciones? La central, creo, es hacer valer nuestro trabajo. Demostrar, por activa y por pasiva que la cibercultura es importante, que desarrollar música, arte y diseño con ordenador es un trabajo digno, complejo, responsable y que implica toda una serie de conocimientos. Si esta batalla se gana, las demás seguirán fácilmente. Si las empresas entienden que un diseño se paga, o que no es lo mismo un chavalín con cuatro discos de House dispuesto a tocar a cambio de barra libre que un DJ experimentado, cada vez más podremos vivir del mundo de la cibercultura. La segunda es olvidar extremismos y dejar de ser más papistas que el Papa. Me parece espléndido que ciertos trabajos den suficiente dinero y tiempo libre como para poder hacer cosas gratix y distribuirlas. Para que no se piense que detrás de este ensayo hay una mal contenida envidia por esos personajes, adelanto que soy uno de ellos: trabajar de profesor de filosofía en la universidad me da mucho tiempo libre, que puedo dedicar a escribir este texto, sin ir más lejos. Pero es miope inferir de ahí que todo el mundo tenga que hacer lo mismo y aún peor empezar a utilizar categorías morales vilipendiosas a los que quieren cobrar por producir contenidos culturales. Hay que defender el derecho de un diseñador, músico, artista a vivir de su trabajo y por tanto, a esperar respeto de sus creaciones y que no se distribuyan de forma irresponsable. No metamos a todos en el mismo saco: no es lo mismo una distribuidora como Fifty-fifty, que da la mitad de los ingresos de las ventas al autor que una discográfica que sólo se mueve por el afán de maximizar los beneficios. Es mucho mejor vivir un mundo en el que tenemos un libro como No Logo gracias a que Naomi Klein puede vivir de él, que otro mundo en el que Klein sigue a pies juntillas los dictados de los santurrones de la propiedad intelectual, pero en el que no hay nada equivalente a No Logo porque Klein no ha tenido tiempo de escribirlo, ya que trabaja a tiempo completo de guardabosques en las afueras de Toronto. La tercera es olvidar las soluciones mágicas. El ya mencionado Barlow se pasa últimamente la vida citando como a Grateful Dead les encantaba que la gente hiciera copias piratas de sus discos porque así eran más conocidos y más gente iba a sus giras, que era donde realmente conseguían el dinero. Pues nada, felicidades para Grateful Dead y su ex-letrista John Perry Barlow, pero no todos los músicos pueden vivir de giras, y no todos los creadores de la cibercultura son músicos. Lo mismo sucede con la famosa "economía de la atención". Ofreces productos gratis para hacerte famoso y así conseguir un buen trabajo. Perfecto, pero ya hemos visto demasiadas veces hackers que suben gracias a la economía de la atención, consiguen un buen trabajo como consultores en una empresa de seguridad, y hale-hop, esos productos tan interesantes que ofrecía porque creía que la información quiere ser libre de repente desaparecen. Y no todos los profesionales pueden hacer esa reconversión. Un artista no puede reconvertirse tan fácilmente a la economía de mercado. Si JODI tuvieran que vivir de vender su trabajo harían websites llenos de flash para empresas estúpidas y no disfrutaríamos de 404, wrongbrowser o sod. Y eso suponiendo que alguna empresa se interesara por contratarlos. Para un net.artista la "economía de la atención" significa simplemente que más museos van a hacer enlaces a sus páginas, sin que ellos vean un duro. La inmensa mayoría de museos siguen sin entender que un artista ofrezca gratis sus obras en la red pero que cuando un museo las presenta esperen también alguna compensación económica. Y no se trata de avaricia, ni de estar vendido al sistema ni nada por el estilo. Si un comisario cobra por escoger una serie de obras, ¿cómo puede ser que el que ofrece las obras en primera instancia no vea ni un duro? Y bueno, pues de eso quería hablar con vosotros. Si sois artistas, diseñadores, músicos, etc. haced que se respete la cibercultura como algo precioso que merece todas las consideraciones del mundo, y que no os dé vergüenza sacar dinero a cambio. Uno deja de ser honesto cuando cambia su pensamiento o su obra en función del beneficio económico, pero lo inverso no se justifica. Uno puede conseguir dinero honestamente, sin cambiar ni un ápice sus convicciones. Si eres un profesional con un trabajo que le permite crear libremente sin imposiciones económicas, pues espléndido, pero no quieras convertir tu excepción en regla. Y si estás en el espacio de los consumidores/espectadores sé selectivo en tus pirateos y afloja la plata cuando el producto es serio y simplemente estás garantizando la subsistencia de un creador. Y bueno, me callo ya, que esto ya parece un sermón!
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